Max nunca había estado en un lugar así. La mansión se alzaba imponente en la colina, sus luces titilaban como faros en la noche. Al entrar, un torbellino de música electrónica, risas estridentes y un aroma pesado a alcohol y perfumes caros lo envolvieron. Era la primera fiesta oficial desde que la élite había tomado control, y Max sentía que estaba entrando en otro mundo.
Los techos eran altos, adornados con candelabros de cristal que reflejaban destellos multicolor sobre un mar de cuerpos que se movían sin parar. La gente que llenaba la casa no era cualquiera: hombres y mujeres vestidos como si salieran de una revista de moda, pero con ojos que parecían observarlo todo, como si midieran su valor en segundos.
Max intentó alzarse sobre la multitud con una sonrisa confiada. Su auto rojo seguía brillando en su mente, y sentía el poder de ese primer gran cheque en sus manos. Pero en esta fiesta, el poder se sentía diferente, más oscuro, más pesado.
Se acercó a la barra y pidió un trago. M