Ángel creció en la seguridad un convento, alejada del oscuro legado de su familia. Pero cuando un abogado la convoca al lecho de muerte de la abuela que nunca conoció, su mundo da un vuelco. En la lúgubre mansión familiar, Ángel descubre explosivos secretos que cuestionan todo en lo que creía. Rodeada por sombras del pasado, deberá enfrentar la maldición que pesa sobre los herederos de la siniestra propiedad. Mientras extraños sucesos sobrenaturales se desatan a su alrededor, Ángel se ve atraída por un misterioso ser. Pronto comprende que su amor ha trascendido siglos y vidas. Pero fuerzas malignas conspiran para separarlos. Con la ayuda de nuevos aliados inesperados, Ángel emprende una búsqueda a través de reinos prohibidos para romper la maldición y reclamar su destino. Deberá decidir si huir de su oscuro legado o abrazar el poder secreto que duerme en su sangre. Una electrizante historia gótica de romance, misterio y legados familiares malditos. ¿Puede el amor verdadero triunfar sobre el rencor del pasado?
Leer másEl interminable día terminaba sin que hubiese decidido que haría, el sol comenzaba a ocultarse tras la vereda, las aves revoloteaban en busca de sus nidos, el silencio y las sombras se iban apoderando de todo a mi alrededor. Un sentimiento de inseguridad me embargaba mientras trataba de pensar en mis próximos pasos. Las campanadas de un reloj, me anunciaban que la jornada llegaba a su fin. Jamás imaginé que estuviera pasando por esta cantidad de hechos inesperados.
¿Qué iba a hacer? ¿Qué fue lo que quiso decir mi abuela con esa sentencia?
Esas preguntas revoloteaban en mi cabeza sin cesar, entre otras tantas, que todavía no sabía si iba a poder darles respuestas, todo era tan excitante, extraño, misterioso y emocionante para mí que no comprendía todavía lo que me estaba pasando, y mucho menos cómo asumir eso que tenía encima de mis hombros, es decir lo que había dejado mi desconocida abuela.
Todavía parada en la escalinata, observaba a los últimos invitados perderse en la lejanía. Dejaré todo para mañana, no va a pasar nada en una noche, me dije. Deslicé mi mano por el cabello tratando de espantar esa preocupación que tenía reflejada en mi frente, que por alguna razón me hacían temer lo peor debido a las extrañas sensaciones que experimentaba.
Giré sobre mis pasos observando la inmensa casa que era de mi propiedad. ¿Seré en verdad su nieta, o se habrán confundido? Nunca nadie la mencionó, ni siquiera mis padres. De lo poco que recordaba de mi vida a su lado, estaba segura de que ellos nunca hablaron de mi abuela. ¿Por qué? Es algo que no comprendo todavía.
Todo había sucedido tan de repente, sin previo aviso, que mis sentidos se encontraban aturdidos ante la inmensidad de informaciones y vivencias a las que estaban siendo sometidos en tan corto espacio de tiempo. No podía creer que en un día había encontrado a mi abuela y la había perdido al instante. ¿Cómo me pueden estar pasando esas cosas a mí? ¿Por qué papá no puso a mi abuela como mi guardiana en vez de arreglar que fuera a estudiar a ese convento? ¿Cuáles eran esos secretos que me habían ocultado?
El reencuentro y despedida en el mismo instante. El desconocimiento total de todo lo que me rodeaba. Y esa historia nunca antes revelada que saltaba ante mí, apremiante, dejándome apenas tiempo para respirar no me dejaban pensar con claridad. Sobre todo, la incógnita de lo que estaba por conocer y que me hacía imaginar lo peor sin saber por qué era lo que más me preocupaba. Existía algo en esta casa que no podía explicar. Me sentía observada, vigilada, casi desnudada por miradas que por mucho que giraba mi cabeza en busca de las personas que me miraban, no podía ver a nadie. Mi vida de pronto empezó a desfilar por delante de mis ojos.
Retrospectiva:
Mi nombre es Ángel, soy hija única, mi niñez transcurría apaciblemente en un pequeño poblado de apenas una docena de casitas de campo con hermosos jardines, donde las personas eran muy amables y cariñosas. Tenía los mejores padres que se pudieran desear, se la pasaban todo el tiempo conmigo, no me dejaban sola un momento, me educaban ellos mismos, y jugaban sin cansarse.
—Ángel, ven acá tenemos que hablar.
Escuché la voz de papá llamándome desde el salón. Salí corriendo porque pensaba que era otra de sus bromas donde al final jugábamos sin parar. Sin embargo, al desembocar sonriente en la habitación, las miradas de mis padres me desconcertaron. Sus ojos estaban rojos como si hubieran llorado mucho, mamá corrió a mi encuentro y me abrazó muy fuerte, luego nos sentamos al lado de papá que nos abrazó a las dos.
A mi corta edad, comprendía que algo muy serio pasaba para que ambos se comportaran así, por lo que los abracé atrás sin preguntar nada. Permanecimos así por un gran rato, hasta que nos separamos, y fue papá quien empezó a hablar.
—Mi angelito, ¿sabes que papá te ama? ¿Verdad?
—Sí, papi.
—¿Y mamá te ama también?
—¡Lo sé, los dos me aman y yo los amo más!
Respondiendo como acostumbraba a hacer cuando jugamos al juego de ver quien se quería más. Sin embargo, ellos siguieron serios y hasta se enjugaron algunas lágrimas. Me quedé quieta sintiendo que algo estaba muy mal.
—Cariño, te decimos qué te amamos, y queremos que jamás lo olvides. Como tampoco debes olvidar que todo lo que hacemos lo hacemos por tu bien.
—Bebé de mamá, mañana deberás ir a estudiar…
—¿Mañana? ¡Pero si es domingo mamá, no hay clases! —La interrumpí.
—A esta escuela nueva que vas si hay —dijo papá y me giré a verlo.
—¿Escuela nueva? —pregunté sin entender de qué hablaban.
—Sí, a partir de mañana irás a una escuela nueva. —Habló mamá con suavidad y cariño.
—Ya tengo una escuela, ¿para qué necesito otra? —pregunté.
—Es una escuela muy linda donde te cuidarán muy bien. —Explicó papá.
Me quedé observándolo muy seria, mientras en mi pequeña mente de niña me hacía varias conjeturas. ¿Por qué tenía que ir a una escuela nueva, si la mayoría de las clases me las daban ellos en la casa. Solo iba a la escuela cuando papá daba clases y no me separaba de él. Si salíamos al receso al patio a jugar, él iba y se paraba a vigilarme, por lo que apenas tuve roce con mis compañeros. No obstante, eso no quita que quiera cambiarlos.
—¡No quiero otra escuela papá! —Protesté vehementemente, con la convicción que como siempre me complacerían.
—Lo siento cariño, pero tienes que ir por tu bien. —Respondió firme papá para mi asombro y mamá aceptó al decir que sí con la cabeza cuando la miré. —Y aunque esté un poco lejos de aquí, deberás ir.
—¡Quiero quedarme con ustedes! ¡Quiero quedarme con ustedes! ¡No quiero otra escuela nueva! —Gritaba mientras pataleaba sin parar.
—¡Ángel, compórtate! —Me regañó papá muy firme, me quedé quieta al instante. ¡Era la primera vez que lo escuchaba regañarme así!
—Amor, no le grites —vino en mi auxilio mi madre. —Ella es aún pequeña, no puede entender la gravedad de la situación.
—Lo sé, lo sé. Perdóname cariño, pero es necesario que vayas. Lo harás mañana mismo, a primera hora, iré a arreglar todo.
El tono que empleó mi padre, decía claro que no era para rebatir, era prácticamente una orden. Me abracé de mamá y me quedé así acurrucada en sus brazos, llorando asustada.
—Es una escuela muy linda —comenzó a explicarme con tono dulce mamá. —Hay muchas monjitas que te querrán mucho.
—¿Está muy lejos de la casa?
—Un poco, pero es por tu bien.
—¿Vendrás a verme?
—Mejor que eso, tú vendrás todos los fines de semana, y las vacaciones. También hablaremos contigo todos los días —explicaba mamá tratando de darle a su voz un tono de suavidad y tranquilidad que yo podía entender que no sentía. —Cambia esa carita, vamos, todo va a estar bien. ¿Sabes que esa era la escuela de mamá? —Cambió enseguida como siempre que estaba llorando por algo, me hacía una historia y era suficiente para que yo dejara de hacerlo.
—¿De veras? —pregunté separándome de su pecho para mirarla a los ojos, ella sonriente asintió.
—Sí, es por eso quiero que vayas allí, no vas a estar solita. Ya verás, te va a gustar mucho como me gustó a mí. Te dije que estarás acompañada, no sola.
—¿No? ¿Hay más niños?—pregunté ilusionada. —¿Podré ir a la escuela con ellos?
Había comenzado a ilusionarme esa idea. Cómo les dije antes, no tenía contactos con los niños de mi edad apenas.
—Sí, sí, te vas a divertir y siempre, siempre, estaré allí cuando me llames. Además, irás a los ejercicios, correrás todo lo que quieras en el enorme patio, ¡ah! Tiene una biblioteca llena de historias de fantasía como te gustan.
—¿De veras mamá, podré leerla todas? ¿Tú las leíste?
—Sí, me las leí todas, todas. Es más, me encargué de comprar muchas de ellas, si buscan bien entre sus páginas podrás encontrarme allí.
—¿Dentro de un libro?
—Sí, dentro del libro estaré escondida acompañándote.
La entrada de papá, interrumpió nuestra conversación. Él vino, me cargó y comenzó a jugar conmigo. Tengo un lindo recuerdo de esa noche. Jugamos todo lo que quise, comí mi comida favorita que mamá cocinó, y hasta el pastel de manzana que adoraba me lo hizo y me dejó comer todo lo que quise. Luego dormimos los tres abrazados en la cama de mis padres.
Al otro día en la madrugada, mamá me levantó, me vistió muy abrigada y como si escapáramos en medio de la oscuridad en brazos de mis padres caminamos un gran trayecto hasta que un carruaje negro nos recibió. Montamos y salimos a andar con mucho sigilo, ellos miraban insistentemente hacía todos lados y mamá murmuraba unas extrañas palabras todo el tiempo. Yo me dormí todo el trayecto, por lo que no tuve clara visión de cuán lejos estaba de mi casa el colegio, eso lo supe después.
Tenía ocho años cuando fui llevada a esa escuela de monjas para mi educación. Era visitada cada semana por ellos y salía en tiempo de verano a mi casa por un mes de vacaciones y algunos fines de semana que de a poco fueron esparciéndose más porque ellos no iban a recogerme. Al inicio fue algo duro para mí adaptarme a la vida del colegio, pero el alma caritativa de las monjitas, así como su agradable forma de ser, me hizo amarlas muy pronto hasta llegar a extrañarlas cuando me pasaba días en casa. Sobre todo a Sor Inés y a Sor Caridad, se encargaron de hacer mi estancia muy grata, era como si de pronto tuviera dos queridas tías.
La vida en verdad no era terrible, estudiábamos, jugábamos, hacíamos nuestros deberes, y acompañábamos a las monjitas fuera del recinto a hacer obras de caridad, o vender algunas cosas del huerto que teníamos. También como me dijera mamá existía una biblioteca que en mis primeras visitas me pareció que contenía todos los libros del mundo. Según fui creciendo y leyéndolos, me di cuenta de que era un pequeño y pulcro lugar donde recibían los libros que les donaban y que yo devoraba una y otra vez.
A la edad de trece años me encontraba en mi habitación del colegio, ansiosa porque esperaba a mis padres que vendrían a buscarme para irme de vacaciones desde el día anterior. Cuando ante mí apareció una monjita toda apesadumbrada, que al verme suspiró muy fuerte. Se acercó y me abrazó por un rato. Luego se separó y mientras pasaba su mano con cariño acomodando mi cabello detrás de mi oreja me dijo.
—Linda, debes acompañarme, la madre superiora quiere hablarte en su despacho.
Y se limpió una lágrima tratando de que no la viera. Algo me decía que no era nada bueno lo que pasaría en esa oficina. No sé explicarlo, sencillamente lo sabía, ¡algo malo me esperaba en ese lugar!
Los años pasaron y mi Julián, no aparecía. Sin embargo, había algo que llamaba mucho mi atención, pues era lo último que me había regalado antes de partir, y había tomado el trabajo de colocarlo el mismo. Un hermoso ramo de nomeolvides lo había colocado en un búcaro muy precioso. Se mantenía fresco como el primer día que me lo había regalado, y eso hacía que mi corazón guardara la esperanza de que él regresara un día a mi lado. La hacienda la había convertido, la planta baja en un refugio para los necesitados. La planta alta la transformé en una acogedora vivienda, donde todas las temporadas de verano recibía a mis queridas amigas Sor Inés y Sor Caridad, que con los años decidieron dejar el colegio y quedarse a ayudarme en mi hermosa labor. El padre Bartolomé murió como un santo en su sueño, a la edad de noventa años. Los niños huérfanos más grandes, cuando cumplieron la mayoría de edad y terminaron sus estudios, regresaron a sus propiedades encargándose de los menores, y vien
—Así es, soy la esposa de Abdoulayé Agoyán Cuando terminé de decir eso, se hizo un gran silencio y me rodearon todos los habitantes de aquel lugar girando a mi alrededor, no sabría decir si me estudiaban o con mirada amenazante.—¡Imposible! — dijo el anciano. — ¡Él desapareció hace miles de años con toda su gente!Abrí mis brazos en el centro del círculo que ellos me habían hecho llenándome completamente de luz, pedí que mi esposo apareciera ante mí y al momento Julián apareció en todo su esplendor.—¡Mi rey! —exclamaron y se arrodillaron haciendo tres inclinaciones ante él.—¿Cómo sabemos que es él? —preguntó la misma anciana.Julián golpeó con el bastón en el piso y hizo que aparecieran todos los demás delante de sus ancestros y familiares, así como el altar. Y otra vez todos volvieron arrodillarse y hacer tres enormes reverencia para luego acostarse con los brazos en cruz y hacer un saludo. Después a un signo de Julián se pusieron todos de pie y comenzaron a mirarse entre ell
Me hablaba Tomaza al tiempo que terminaba de arreglarme el vestido, mientras Dolores me cepillaba el cabello, las miraba con dulzura y salí al encuentro del padre.—Pero mírate, si pareces que no estuviste enferma, Dios es grande. — ¿Y cómo fue eso que le dio por visitarme padre?—Nada, estaba yo en mi parroquia arreglando unos candelabros, cuando escuché una voz que me decía que debía venir a verte. Como me quedé preocupado después de tú confesión y de todo lo que me dijiste que iban a hacer ese día, temía que algo malo te hubiese pasado, me monté en mi mulo y aquí me tienes.— ¿Quien le abrió la puerta?— Eso fue otro misterio, cuando toqué estaba cerrada, pero después de esperar un rato empujé un poco y se abrió, como no te encontré subí a tú cuarto donde estabas dormida profundamente. Busqué a todos los sirvientes y no los encontré, mandé a mi monaguillo que me había acompañado a decirle al señor Edmundo lo que pasaba, y se apareció hace un rato con esa señora y unos cuantos obre
Gritó en medio de aquella locura, yo temblaba en el centro del círculo de luz, comencé a llorar ante la imposibilidad de hacer lo que se me pedía. Cuando de pronto vi a mis padres que me tomaban mis manos sonrientes, infundiéndome tranquilidad, y me ayudaron a realizarlo. Al tiempo que me iluminaba aún más y conmigo toda la habitación se iluminó, dejando que viera las criaturas demoníacas más horribles que se pudiesen ver.—¡No las mires! —me pidió Julián que a pesar de estar dirigiendo todo, no me perdía de vista. Y todo se volvió muy confuso de pronto. Las extrañas criaturas avanzaban hacía mí y era como si se tragaran la luz convirtiendo todo en oscuridad. Todos conjuraban, gritaban o rezaban, pero podía ver que el mal estaba ganando y me asusté .—No mi Ángel, confía en mí, en nosotros. Me pidió Julián por encima de todo aquella algarabía, dirigí mis ojos y los conecté con los suyos, una fuerza muy grande nos unió, y me iluminé aún más haciendo que la oscuridad comenzara a
Luego vi como la mía entraba dentro de las suya, que salió después colocándola en mi pecho y regresó a Julián.—Ahora alma mía, no importa que yo desaparezca, no importa que muera el capitán, no importa que muera yo. Regresaré a ti y me sabrás reconocer, solo por esas gemas que me traerán de regreso dentro de alguien.—¿Qué quieres decir?—Quiero decir que estamos unidos por una eternidad, y en todas las reencarnaciones de nosotros nos encontraremos y volveremos a casarnos, a ser una familia y a vivir felices. Te amo mi querida esposa, te amo.—Yo también Julián, pero enséñame cómo te reconocería si la gema no estará visible.—TócameLo hice, y una pequeña sensación de felicidad me embargó y a mi mente se reflejó la gema suya hermosa y divina. —¿También ves la mía?—Sí.Nos quedamos casi toda la tarde dentro del invernadero, hasta que vimos aparecer el capitán a lo lejos en su corcel. Pude ver claramente como se disipó delante de mí, fue y se introdujo dentro del capitán,
Las semanas pasaron, sin que mis sirvientes dejaran de hacer diferentes preparativos para la gran ceremonia, que deberíamos de realizar. No solamente entraron todos mis antepasados en el salón negro, sino que sacaron todos los suyos del cuarto aquel que nunca había podido entrar y los colocaron allá también. Mi trabajo consistía en entretener al capitán Luis Manuel, que ya se había acostumbrado a que me apareciera todos los días en el cuartel, hasta creía que estaba muy enamorada de él y me daba miedo quedarme sola en la casa. Por lo que optó por esperarme en las mañanas, para que me fuera con él a su trabajo y pasarnos todo el día en el pueblo y regresar en las tardes. En las noches Julián se apoderaba de su cuerpo y trataba de enseñarme muchísimas cosas de la magia, que yo practicaba todo lo que podía. A veces me gustaba mucho lo que aprendía y otras veces me llenaba de terror. Pasaba muchas horas en la iglesia esperando por el capitán y conversando con el padre Bartolomé,
Último capítulo