A medida que los días pasaban, Isabella y Alejandro comenzaron a construir una vida nueva, más allá de las sombras que los habían rodeado durante tanto tiempo. La ciudad, aunque aún llena de vestigios de su turbulento pasado, comenzaba a cambiar lentamente. En sus corazones, sentían la necesidad de sanar, de reparar no solo lo que habían perdido, sino también de transformar las heridas del pasado en oportunidades para crear algo más hermoso y duradero.
Isabella, con su mirada fija en el futuro, comenzó a implementar ideas que cambiarían la estructura misma de la ciudad. Ya no se trataba de imponer un orden con el miedo o la fuerza; no. Ella comprendió que, para lograr un cambio real, debía ganarse la confianza de aquellos a quienes había liderado en el pasado, pero también de los que habían estado marginados, de los que no se habían sentido escuchados. Con el tiempo, se fue ganando la lealtad de la gente no solo por lo que había hecho, sino por lo que representaba: la esperanza de un