A medida que los días se convertían en semanas y las semanas en meses, el mundo de Isabella y Alejandro continuaba evolucionando. La paz, tan ansiada por ambos, parecía estar a su alcance, pero la tarea de forjarla, de mantenerla, resultaba ser más desafiante de lo que habían anticipado. Había algo en el aire, una sensación persistente de que la calma era solo temporal, que había más pruebas por venir. Y aunque sus corazones seguían siendo el refugio uno del otro, también sentían la presión de las expectativas y las amenazas que acechaban desde las sombras.
La ciudad comenzó a transformarse. Las viejas estructuras de hierro y piedra, que alguna vez representaron la opresión y la tiranía, fueron desmanteladas y reemplazadas por nuevos edificios que reflejaban la esperanza. Las calles, antes llenas de miedo y desesperanza, ahora eran más brillantes, más abiertas. Los mercados, donde antes solo se escuchaban murmullos de angustia, ahora se llenaban de risas y conversación. Sin embargo, e