Apenas hemos vuelto a entrar en la casa, cuando me percato de que el aire cambia. Lo siento como un golpe, como si la calma que hemos alcanzado en el jardín se rompa en mil pedazos, apenas cruzamos el umbral.
El sonido nos alcanza antes de entender lo que está pasando. Hay voces, gritos, el eco de una discusión que vienen desde el salón principal.
—Qué demonios... —masculla, soltándome la mano para moverse.
Por instinto, Alexander se adelanta con paso firme y decidido, con esa autoridad natural que tiene cuando algo lo alarma. Yo lo sigo unos segundos después, con el pulso desbocado. Lo seguí sin pensarlo, el pulso golpeándome en las sienes. El alivio por Kamal se desvanece, reemplazado por la ansiedad helada. La realidad de los Black siempre es más brutal que cualquier ficción.
Al cruzar el arco que da al salón, me congelo. La escena me golpea con la fuerza de un puñetazo en el plexo.
En el centro del salón, bajo los techos altos que sostienen candelabros de cristal, está una mujer q