POV ALEXANDER
Cierro la puerta de un portazo tan fuerte que el sonido resuena en todo el ático. No sé si lo hago por rabia, frustración o simple impotencia. Tal vez por las tres. Me quedo de pie, mirando la habitación en silencio. El aire pesa, el pecho me duele, y solo alcanzo a pensar en una cosa. Le dije que no quería volver a verla. Las palabras aún me queman la lengua. Me siento en la orilla de la cama, paso las manos por el cabello y aprieto los dientes. La rabia me sube desde el estómago, amarga, tensa, y lo primero que hago es tomar una almohada y lanzarla contra la pared. Rebota, cae al suelo. Nada cambia. Maldigo entre dientes.
Maldigo mi estupidez, mi impulsividad, todo.
No esperaba verla esta mañana. No así. No a esa hora. De hecho, parte de mí —la parte que aún tiene un mínimo de sentido— pensó anoche que ella no volvería. Que después de lo que ocurrió en la terraza, después de cómo la miré, de todo lo que dije y todo lo que no debí decir, se iría sin mirar atrás. Me equi