CAPÍTULO 73

He estado mirando el reloj cada tres minutos, aunque sé que hacerlo no cambiará nada. El segundero avanza igual, sin prisa ni pausa, mientras el aire en el vestíbulo parece demasiado quieto, demasiado ordenado. El murmullo de los teléfonos, el tecleo constante de las asistentes, el aroma del café recién hecho y del papel nuevo me rodean, pero no me alcanzan del todo. Estoy aquí, sí, sentada con mi bolso sobre las rodillas y los cuadros apoyados en la pared, pero una parte de mí sigue allá atrás, en ese ático al que no pienso volver.

Ha pasado solo un día, pero parece una eternidad. Un día desde que crucé las puertas de ese ascensor, desde que lo vi.

A veces uno cree que está preparado para todo, que puede enfrentarlo con la cabeza en alto, que tiene la fuerza suficiente para asumir las consecuencias de sus decisiones. Pero la verdad es que no hay forma de estar preparada para algo así. Cuando entré al ático, ayer por la mañana, todavía con el debate interno de, si hablar o no con él,
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