CAPÍTULO 24

Dejamos atrás la casa, aunque todavía puedo escuchar en mi cabeza las voces de Charlotte y Alexis discutiendo. Ya no eran gritos, pero sí cuchillos disfrazados de palabras. Esa fachada perfecta que siempre muestran es una mentira; un matrimonio que se resquebraja frente a cualquiera que se atreva a mirar de cerca. Y yo lo vi. Lo sentí. Charlotte y Alexis, tan impecables en público, la representación viva de un matrimonio agonizante. Una farsa. Una fachada tan pulida que engaña al mundo.

Alexander conduce en silencio y yo no busco conversación. El aire huele a tierra húmeda y a hojas recién cortadas, pero ni siquiera ese aroma fresco mezclado con la sal del mar consigue disipar la opresión que siento en el pecho.

Me muerdo el labio. Todavía estoy dolida, no solo por lo que sucedió, sino por su disculpa miserable, esa excusa pobre que sonó más a cobardía que a arrepentimiento. “Yo tengo mucho que perder”, me dijo. Y me pregunto: ¿y yo qué? ¿Acaso yo soy un cuerpo vacío, sin nada en jueg
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