La habitación está demasiado silenciosa, tanto que el zumbido apagado de mi secador para el cabello aún resuena en mis oídos como si siguiera encendida. La había apagado con un gesto casi mecánico y la dejé sobre la mesa, sintiendo el metal todavía caliente, desprender un calor tenue antes de tomar la rizadora y ahora estoy terminando de ondular mi cabello un poco. Mi reflejo en el espejo me devuelve una imagen que no sé si detestar o aceptar. Las ondas en mi cabello caen suavemente sobre mis hombros, domesticadas, como si estuvieran listas para obedecer la voluntad de alguien más y no la mía.
Me acerco a la maleta con un suspiro que siento en los huesos. La verdad es que ahora me arrepiento de haber aceptado esta salida. No quiero estar rodeada de risas falsas, de miradas inquisitivas y de copas alzadas por motivos que a nadie realmente ahora mismo no me importan. Y no es que me hayan tratado mal en el bar, simplemente no tengo ánimos. Pero he dicho que sí. He aceptado. Y ahora no qu