El beso de Alexander fue intenso, demasiado. Su boca buscó la mía con una necesidad que me hizo olvidar por segundos dónde estaba y quién era yo. Sentí su fuerza, su calor, ese impulso contenido que parecía arrastrarnos a los dos hacia un lugar del que no habría vuelta atrás.
Pero entonces, de pronto, él se apartó bruscamente. Su respiración estaba agitada, sus ojos cargados de algo que no quise descifrar.
—Perdóname… —murmuró, apartando la vista—. No debí dejarme llevar. Aurora, te prometo que no volverá a pasar.
El golpe de sus palabras me dejó helada. Lo había sentido… había sentido cada parte de ese beso, y aún así, él lo reducía a un error.
—Tienes razón —respondí con la voz más firme de lo que realmente sentía—. Esto no puede volver a suceder. Lo nuestro es sólo un acuerdo. No podemos permitir que estas cosas sigan pasando.
Al pronunciar esas palabras, algo dentro de mí se quebró. Era lo que debía decir, lo que tenía sentido. Pero en lo profundo, dolía.
Alexander apretó la mandí