La villa era un lugar amplio y acogedor, rodeado de silencio y naturaleza. Caminé por los pasillos explorando cada rincón: los ventanales daban a los jardines, el aire fresco se colaba por todas partes y el ambiente tenía algo de mágico.
Mientras recorría una galería llena de cuadros, Max llegó corriendo hacia mí, con esa sonrisa que siempre iluminaba todo a su alrededor.
—Mamita —me dijo con entusiasmo—, mi amigo me visitó en mis sueños.
Me detuve en seco. Sentí que el corazón me palpitaba con fuerza en el pecho.
—Cariño, eso es maravilloso. ¿Me puedes contar qué te dijo?
—Él dice que está muy feliz en el lugar donde está. Me dejó verlo, mamita, es un lugar hermoso. Me dijo que le gustaba verte sonreír.
Mi respiración se entrecortó.
—¿Estás seguro, cariño? ¿Era Tommy a quien viste?
—Sí, era él. El niño que me mostraste en la foto, tu hijo.
Las palabras me atravesaron como un rayo. Me costaba asimilar lo que estaba escuchando. ¿Tommy? ¿Mi hijo? ¿Un ángel que aún seguía pendiente de mí