Las fotografías seguían en mi mente, cada titular venenoso golpeándome como una daga. No podía quedarme callada.
—Alexander… —me acerqué a él apenas lo vi en el estudio—, por favor, créeme, nada de lo que muestran es verdad. Yo sería incapaz de hacer algo así.
Él me miró fijamente, con esa serenidad que pocas veces mostraba.
—Aurora, tranquila. En ningún momento creí nada de lo que dicen.
Me quedé helada.
—¿Qué… qué dices?
—Conozco perfectamente los alcances de un ser repulsivo como Harris —su voz sonaba dura, cortante—. Pero si él piensa que esta vez me quedaré con los brazos cruzados, está muy equivocado.
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Ese mismo día, Alexander reunió a su equipo de marketing, legal y de seguridad en la sala principal. Yo estaba ahí, observando cómo todos se movían con eficacia, cada uno aportando ideas para enfrentar la situación.
—No basta con desmentir las fotografías —dijo el jefe de marketing—. Si atacamos sólo con comunicados, parecerá defensa.
—Coincido —respondió uno de los abogados—. Lo