Mientras yo corría por el pasillo del hospital, dejando atrás la confrontación con Alexander, Alan Harris llegaba furioso a la casa de su amante. La humillación que había sufrido lo cegaba, sin darse cuenta de que el hombre que lo había derribado con un solo golpe era su rival más poderoso y el dueño del conglomerado King Enterprises. Él no pensaba en su propia culpa; solo en el hecho de que yo me atreví a ocultarle la muerte de nuestro hijo.
Entró en la casa de Karoline como un huracán, gritando mi nombre. Ella lo recibió con una sonrisa de preocupación, que escondía una astucia helada.
—Alan, mi amor, ¿qué pasa? ¿Qué te hizo esa mujer ahora? —dijo Karoline, mientras lo abrazaba e intentaba calmarlo.
—¡Me ocultó la muerte de Tommy! ¡Esa maldita lo hizo a propósito! —gritó, apartándose de ella. Su rostro, rojo de rabia, se contorsionó en una máscara de puro odio. Sentía que el mundo se le venía encima, pero solo podía culparme a mí.
Karoline, con su habitual manipulación, lo consoló.