discordia

El grito de Ema hizo que mi cuerpo se tensara por completo, pero antes de que pudiera responder, Alexander se puso de pie de un solo salto. El golpe de su puño contra la mesa de caoba resonó en el comedor, un sonido seco y brutal que me hizo estremecer. El cristal de los vasos tembló y, por un instante, el silencio que siguió fue más aterrador que el grito de ella. Su voz, cuando habló, era un susurro frío que cortaba el aire como una cuchilla.

—¿Quién demonios te crees tú para venir a cuestionarme en mi propia casa?

Ema, que siempre había sido tan altiva y segura de sí misma, se encogió. Sus ojos, antes llenos de furia, se encendieron con un miedo palpable.

—Soy la abuela de tu hijo, la madre de tu esposa.

La burla en la risa de Alexander fue cortante. Resonó en el espacio amplio del comedor, un sonido lleno de desprecio.

—¿De mi esposa? —preguntó, con la voz llena de veneno—. Esa zorra hace tiempo que dejó de ser mi esposa, te lo recuerdo, querida ex suegra.

—Alexander, no tienes qu
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