La puerta de la casa se cerró de golpe cuando Julia entró hecha una furia. Tiró el bolso contra el sofá y comenzó a caminar de un lado a otro sin poder contenerse.
—¡Nos echó como si fuéramos basura, mamá! —explotó, con la voz cargada de rabia.
Ema dejó las llaves sobre la mesa y se dejó caer en una silla, cansada y molesta.
—Sí, fue humillante. Pero tienes que calmarte, Julia.
—¿Cómo quieres que me calme? —Julia golpeó la mesa con la palma de la mano—. ¡La viste, mamá! Estaba ahí, sentada como si ya fuera la dueña de la mansión. Esa mujer cree que puede convertirse en la esposa de Alexander.
Ema frunció el ceño, cruzando los brazos.
—No podemos permitirlo. Pero entiende algo: lo más importante ahora es conservar el apoyo económico que Alexander nos da. Si esa mujer se queda con él y se casa, nuestros privilegios se irán a la basura.
Julia apretó los puños con fuerza.
—¡Tenemos que hacer algo ya!
—Sí —respondió Ema, pensativa—. Tenemos que buscar a tu hermana. Ella debe regresar y o