contraataque

Alan entró en pánico, lo noté en su rostro desencajado, en la forma en que sus ojos se abrían con un terror que no era capaz de disimular. Los hombres que habían irrumpido en la casa se acercaban peligrosamente hacia él, y, aunque intentaba mostrarse desafiante, sus manos temblaban. Me soltó de golpe, pero antes de hacerlo me lanzó una mirada que parecía una sentencia, una advertencia de lo que me esperaba. Yo, en cambio, sonreí con un aire triunfante. Había saboreado mi primera victoria.

Los guardias lo sometieron con facilidad, dejándolo en ridículo. Alan forcejeaba inútilmente, y su voz sonaba cargada de furia y de miedo.

—¿Quién los mandó? ¡Díganme cuánto les pagaron y yo les daré el doble!

El jefe de seguridad, un hombre corpulento y de mirada dura, lo miró con desprecio.

—Ni todo el dinero del mundo podría igualar las condiciones de trabajo de nuestro jefe. Un hombre como usted no le llega ni a los talones.

—¡Imbécil! —escupió Alan, rojo de rabia—. Te atreves a hablarme así sólo
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