Conducía a toda velocidad, con las manos aferradas al volante y la vista fija en la carretera. Cada metro recorrido me parecía eterno. Me arrepentía de no haberle avisado a Alexander, de haberme precipitado sin pensar, pero la impotencia me había ganado. El solo hecho de imaginar que Alan pudiera desaparecer lo único que me quedaba de Tommy me hacía vulnerable, y esa vulnerabilidad me ponía a merced de ese desgraciado.
Las luces de la mansión se veían a lo lejos cuando llegué. Para mi sorpresa, Alan lo hacía casi al mismo tiempo. Bajé del auto con el corazón desbocado y me planté frente a él, mirándolo de forma desafiante.
—Vaya, hasta que al fin aparece la señora —dijo con una mueca de burla—. ¿Ya te cansaste de revolcarte con ese fulano?
—Me das asco, Alan. —Escupí las palabras con todo el desprecio que sentía—. Eres un ser despreciable que se vale de cualquier cosa para salirse con la suya.
—No me cambies las cosas. —Avanzó hacia mí con soberbia—. La única responsable de que tuvier