El amanecer se filtraba entre las cortinas de lino, bañando la habitación con una luz dorada y suave. Aurora abrió los ojos lentamente, sintiendo el calor del cuerpo de Alexander junto al suyo. Por un instante, todo parecía en calma.
Max irrumpió en la habitación corriendo, riendo con esa alegría que siempre lograba llenar sus corazones.
—¡Mamita! —exclamó lanzándose a sus brazos—. ¿Vas a vestirte con un vestido de princesa cuando te cases con papá?
Aurora sonrió, acariciando el cabello despeinado de su hijo.
—Así es, mi amor. Justo hoy tengo la prueba de mi vestido de novia, así que te quedarás en casa un ratito, pero pronto vendré para que juguemos juntos, ¿te parece?
—Sí, Mamy, me gusta mucho jugar contigo.
Alexander, que observaba la escena recostado sobre la cabecera, intervino con una sonrisa traviesa.
—Nada más con ella, voy a ponerme celoso.
—También contigo, Papi, pero tú pasas mucho tiempo en la oficina.
El hombre rió suavemente y lo miró con una seriedad cariñosa.
—Te prome