La mano de Alexander se apretó sobre la mía con una firmeza protectora mientras salíamos del auto, la brisa de la tarde nos envolvía. Mi corazón latía con una preocupación fría, el presentimiento de que lo del neumático no había sido un simple accidente me golpeó de lleno.
—¿Crees que esto sea obra de Alan? —pregunté en voz baja, mirando el neumático averiado.
Alexander me sostuvo la mirada, sus ojos oscuros llenos de una intensidad que me aseguraba que él ya lo había deducido.
—Es muy posible. Seguro querían provocar un daño mucho más profundo al auto, pero no les dio tiempo —su tono era grave, sin rastro de duda—. No te preocupes, mi vida, mi equipo de seguridad estará mucho más alerta, y si hay algún infiltrado, lo vamos a descubrir. Ese imbécil o quien quiera que esté detrás de todo esto no saben con quien se metieron, yo no dejo cabos sueltos.
Sentí un nudo en el estómago, una oleada de culpa que me hacía sentir responsable de todo el peligro que nos rodeaba.
—Esto es terrible,