Karoline estaba furiosa; sentía el odio recorrer su cuerpo y en su mente había un único pensamiento: vengarse de mí y recuperar el lugar que creía suyo. Sus tacones resonaban en el suelo de mármol mientras avanzaba por la mansión que un día Alan y yo compartimos. Ya se creía la señora de la casa, por lo que, para ella, que Alan la hubiera llamado por mi nombre mientras la besaba fue un golpe a su orgullo.
—Maldita, tengo que deshacerme de ti —se decía, con la rabia brotándole a borbotones—. Sigues siendo un problema; no puedo permitir que vuelvas a quedarte con el hombre que siempre me ha pertenecido.
Se detuvo frente a mi retrato y lo atacó.
—Alan es mío, es mío, ¿me escuchaste? —gritó con furia mientras arremetía contra el marco.
El estruendo se escuchó por todos lados; sabía que en cualquier momento Alan bajaría para ver qué sucedía. Le dolía que él ni siquiera se hubiera preocupado por seguirla, pero Alan era así: obstinado y orgulloso. Pensaba que todas las mujeres debían rendirs