Alan temblaba, el pánico se extendía por todo su cuerpo. Si lo que Luisa le había dicho era verdad, Karoline había estado envenenándolo. Ahora entendía por qué se sentía tan cansado, por qué sentía que su cuerpo no le respondía a veces.
—¡No puede ser! ¿Cómo pudiste atreverte, después de que te lo di todo, maldita? —repetía en voz baja, su respiración acelerada.
No había tiempo que perder. Era necesario averiguar qué tan cierta era la confesión de Luisa y cuál había sido el daño que el veneno le había provocado. Llamó rápidamente a su equipo de seguridad para que trajeran lo que pudieran encontrar en la cocina y se pudieran practicar los análisis de laboratorio.
Alan corrió lo más rápido que pudo hasta un médico y le explicó la situación con extrema urgencia. Inmediatamente fue intervenido para una serie de pruebas exhaustivas. Su jefe de seguridad llegó con los frascos y la comida que se había preparado para él esa noche.
Los resultados llegaron unas cuantas horas después. El doctor