Karoline tomó el teléfono con manos temblorosas. Los médicos ya le habían dicho que la pequeña Tiffany estaba bien, que solo había estado bajo el influjo de un poderoso sedante que los delincuentes habían impregnado en el aire. Pero ella no podía arriesgarse a que Alan lo supiera, no podía permitir que descubriera que ella había robado las cenizas de Tommy, porque ese sería su fin.
Así que, la única salida era inventar algo. Una mentira que fuera creíble y que, a la vez, le devolviera a ella y a Tiffany la absoluta atención y devoción de Alan.
—Cariño, muchas gracias por todo lo que hiciste por nosotras —susurró, su voz cargada de un falso dramatismo.
—¿Cómo está Tiffany? —la voz de Alan se escuchaba tensa y preocupada al otro lado de la línea.
—Ella está mejor, los médicos lograron estabilizarla. Pero su corazón... —Karoline hizo una pausa, midiendo el efecto de sus palabras.
—¿Qué pasa con su corazón? —la desesperación en la voz de Alan se hizo evidente.
—Tuvo una recaída, cielo —Ka