La mansión rural retumbó con el grito de Alexander. Su equipo táctico, formado por seis hombres robustos, se dispersó rápidamente, asegurando los accesos.
Alan, al escuchar la voz de Alexander, salió del pasillo de la cocina y corrió hacia la sala, el rostro blanco de rabia y temor. Se detuvo justo en el pasillo, viendo a Alexander avanzar hacia él. Alexander lucía como un depredador: vestido de oscuro, con la furia visible en cada músculo.
—¡Alexander King! ¡No tienes derecho a irrumpir aquí! ¡Estás allanando mi propiedad! —vociferó Alan, intentando intimidar.
—¿Derecho? —Alexander se detuvo a tres pasos de él. Su voz era un gruñido frío, mortal. Su mandíbula estaba tensa—. Tengo todo el derecho de hacer lo que se me dé la gana, perro infeliz, te atreviste a secuestrar a mi esposa y ahora sabrás de lo que puedo ser capaz para defender a quien amo. empieza a hablar antes de que te arranque los dientes 1 × 1, imbécil. Dime ahora mismo dónde la tienes.
—Ella está bien —espetó Alan, in