El sol de la mañana se filtraba por las ventanas de la mansión King. La noche había sido larga y tensa, pero la presencia de Aurora en casa había traído una calma profunda a Alexander. Max, ajeno al drama de las últimas horas, estaba terminando de desayunar.
Alexander estaba sentado en el comedor, junto a Aurora. Él no dejaba de mirarla, como si temiera que, si parpadeaba, ella desaparecería de nuevo.
—Tienes que prometerme que jamás volverás a alejarte de los escoltas, por favor mi amor —dijo Alexander, tomando su mano con firmeza—. No puedo soportar la idea de que ese monstruo se atreva a volver a hacerte daño.
—Estoy en casa, mi amor, y estoy bien —respondió Aurora, acariciando el dorso de su mano. Había círculos oscuros bajo sus ojos, pero su mirada era firme—. Alan pagará por esto, te lo aseguro. Pero ahora, por favor, vamos a concentrarnos en nuestra familia, no podemos permitir que la maldad triunfe sobre nosotros. No podemos dejar que esto nos consuma.
Max, que estaba concent