El regreso a la finca fue distinto a cualquier otro. El aire de la tarde parecía más liviano, los colores del paisaje más vivos. Caminaba junto a Alexander, y aunque ninguno decía nada, podía sentir cómo nuestras miradas se encontraban de vez en cuando. Él me observaba de soslayo, y yo, nerviosa, fingía mirar al frente.
De pronto, sonrió con complicidad. Una sonrisa franca, casi traviesa, que me desarmó.
Más tarde, ya en mi habitación, Mel irrumpió sin siquiera tocar.
—¡Vamos, cuéntalo todo! —exclamó, lanzándose sobre mi cama como una niña ansiosa—. No me dejes con la intriga, quiero saber hasta el último detalle.
Me reí, negando con la cabeza.
—No fue nada extraordinario… sólo cenamos, conversamos un poco…
—¡Sólo cenaron! —replicó con exageración—. Aurora, por favor, te conozco. Tienes esa mirada de quien estuvo en las nubes toda la noche.
Bajé la vista, intentando ocultar lo que sentía.
—Alexander fue muy atento, sí, pero no significa nada. Es un hombre bueno, quizás siente compasió