Mel fue quien abrió la puerta. Yo estaba todavía en el comedor, ajustando los últimos detalles de la mesa, cuando escuché la voz de un hombre.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Mel, sorprendida.
—Lo mismo podría preguntar yo —replicó él con un tono firme.
No lo podía creer, definitivamente el mundo era un pañuelo, por la forma en la que los dos se comportaban pude intuir inmediatamente que el invitado de Alexander y el hombre con el que mi amiga había coincidido eran la misma persona.
—No me digas que eres la futura esposa de mi amigo Alexander… —continuó él, ladeando la cabeza con ironía.
—No, claro que no —respondió Mel, cruzándose de brazos—. Es mi mejor amiga quien va a casarse con él, por eso estoy aquí.
—Menos mal.
—¿Por qué lo dice? —saltó ella, molesta.
—Porque sería un desastre que Alexander se casara con alguien como tú.
—¡Esto es el colmo, eres un atrevido!
—¿Atrevido? Solo por decir la verdad.
—No hay ninguna verdad en lo que has dicho, el único insoportable aquí eres tú.
—Sí, c