**ANDREA**
El aire dentro del auto es espeso, como si los secretos lo saturaran de un olor imperceptible pero sofocante. A veces, el silencio habla más que las palabras. Y en este momento, susurra advertencias.
Voy sentada en la parte trasera del coche, el cuero negro bajo mis muslos se siente frío, a pesar del sol que ya comienza a filtrarse por las ventanas. A mi izquierda, Camila se mantiene en una postura rígida, casi como una estatua de porcelana. Sus dedos no paran de juguetear con la cremallera de su bolso, abriéndola y cerrándola en un ritmo ansioso. Un tic nervioso que intenta ocultar tras una sonrisa que no le llega a los ojos.
Al frente, como una sombra de maldad pura que vuelve a erguirse frente a nosotras, están los dos rostros que no quería ver juntos jamás: Montenegro, con sus manos impecables sujetando el volante con la misma elegancia con la que, seguramente, ha sujetado más de un arma verbal para destruir reputaciones; y a su lado, Natalia. O más bien, mi prima Valer