**ANDREA**
Todos se giran al verme entrar, como si no esperaran que apareciera, como si mi presencia interrumpiera algo que ya daban por concluido. El juez, Santiago, Isabel, el abogado, los asistentes… cada mirada se clava en mí con una mezcla de sorpresa, tensión y juicio, como si de pronto yo fuera una intrusa en mi propia historia. Pero no me detengo, mis pasos resuenan firmes, aunque por dentro cada latido se estrella contra mi pecho como un tambor desafinado, descoordinado, tembloroso.
El silencio es tan espeso que casi puedo palparlo con los dedos, como una tela invisible que lo envuelve todo, que contiene la respiración de cada uno. Solo mis tacones parecen tener permiso para sonar, golpeando el suelo de madera con un ritmo que no me pertenece, que me delata, que me empuja hacia el centro de la escena como si fuera el último acto de una obra que nadie quiere terminar.
El juez me observa con una frialdad implacable, como si ya hubiera emitido su veredicto antes de que yo tuvier