La espuma del baño llenaba la estancia con un delicado aroma a lavanda, y el sonido del agua templada acariciando la porcelana de la bañera creaba un ambiente cálido y relajante. Enzo, sumido hasta el cuello en la bañera, mantenía los ojos cerrados, tratando de aliviar el peso de los pensamientos que lo atormentaban. Amatista, sentada junto a él en el borde de la bañera, deslizó suavemente sus dedos por su pecho, dibujando patrones invisibles mientras una sonrisa juguetona se dibujaba en su rostro.
—Deberías dejar de provocarme tanto, gatita —murmuró Enzo, abriendo los ojos apenas lo suficiente para mirarla, su voz grave contenía una mezcla de advertencia y deseo.
Amatista se echó a reír, una risa cristalina que llenó el cuarto. Sin embargo, el corazón de Enzo se contrajo. Observó cómo sus ojos brillaban de alegría, completamente ajena al peso de la verdad que él escondía. No podía decirle sobre el falso compromiso con Daphne. No ahora. No cuando ella estaba tan feliz.
"No entendería