La madrugada avanzaba lenta, dibujando un velo tenue sobre el club privado, un espacio que, aunque vacío de clientela ordinaria, estaba cargado de tensiones inusuales. Los relojes señalaban que pronto amanecería, pero para los hombres de negocios que habían clausurado el lugar esa noche, el tiempo parecía detenido. El eco de los pasos de Enzo resonaba con firmeza mientras ingresaba al recinto. En su rostro, una mezcla de hastío e irritación delataba su estado de ánimo. Detestaba los conflictos banales, y aún más cuando involucraban mujeres que, a su juicio, encarnaban la superficialidad y el caos.
Dentro del club, la escena no podía ser más contrastante. A un lado estaba Massimo, uno de los aliados más cercanos de Enzo, con la mejilla marcada por un hematoma reciente y la camisa desaliñada, evidenciando la intensidad de lo que había ocurrido. A su lado estaba Mateo, imperturbable y con una expresión que reflejaba tanto lealtad como confianza en su compañero. En el extremo opuesto, un