El viaje de regreso a la mansión fue breve y silencioso. Enzo mantenía la vista fija en el camino, mientras Amatista miraba por la ventana, disfrutando del tranquilo paisaje nocturno. Al llegar, las luces de la entrada iluminaban la figura de Isis, que los esperaba con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
—¿Por qué no me ayudaste? —reclamó Isis apenas Enzo descendió del auto.
Enzo cerró la puerta con calma, sin inmutarse.
—Te dejé bien claro que Rita podía quedarse, pero sería tu responsabilidad.
Isis bufó, cruzando más los brazos.
—¡Ya lo sé! Pero estaban muy asustadas y a ti ni siquiera te importó.
Enzo la observó con frialdad.
—Estaba ocupado. Además, en la mansión está Roque y hay cientos de guardias armados. No había razón para alarmarse.
Isis apretó los labios, pero no dijo nada más.
Amatista, que había permanecido en silencio, se dirigió directamente a su habitación, desinteresada en la discusión. La tensión entre Enzo e Isis no le preocupaba; prefería refugiarse en la calid