Las horas parecían haberse estirado más de lo que Enzo habría imaginado. La sala de espera, fría y silenciosa, reflejaba la tensión que envolvía a todos los presentes. Emilio, Mateo, Isis y Rita se mantenían en sus asientos, casi inmóviles, sus miradas fijas en Enzo, que caminaba de un lado a otro, cada paso más pesado que el anterior.
El enojo en su rostro era evidente, incluso con la prueba de ADN en sus manos que confirmaba lo que ya sospechaba: el bebé era suyo. Sin embargo, ese alivio no lograba apagar la furia que ardía en su pecho. La traición de Amatista era algo que no podía dejar pasar. No había duda en su mente: ella lo había engañado, y la imagen de ella con Santiago entrando al hotel lo perseguía constantemente. La mentira de Amatista era algo que lo había destrozado por dentro, y ahora debía enfrentarse a esa dolorosa verdad.
Fue Emilio quien rompió el silencio.
—Enzo, ¿qué pasó? —su voz sonó tensa, como si temiera la respuesta.
Enzo lo miró con ojos llenos de rabia, y l