El tiempo había pasado más rápido de lo que cualquiera de los dos imaginó. Un año desde que habían regresado a la mansión Bourth, un año desde que Amatista y Enzo finalmente se permitieron estar juntos sin más barreras.
Los gemelos, Renata y Abraham, ya no eran esos bebés diminutos que dormían tranquilos en sus cunas. Ahora eran niños inquietos, llenos de energía, que recorrían la casa con risas y pequeños pasitos inseguros, mientras Amatista y Enzo intentaban equilibrar su vida entre el trabajo y la familia.
Esa tarde, estaban en medio de una de las decisiones más importantes: encontrar a la persona adecuada que los ayudaría con el cuidado de los niños. Mariel, la cocinera, siempre había sido un apoyo invaluable, pero con los gemelos cada vez más activos, era necesario alguien más para asistirla.
Varias mujeres habían pasado por la sala principal de la mansión en las últimas horas. Algunas demasiado estrictas, otras demasiado torpes, y unas cuantas que simplemente no convencieron ni