El sol se filtraba por las cortinas de la habitación cuando Amatista abrió los ojos, sintiendo el calor de la mañana acariciar su piel. Se estiró perezosamente entre las sábanas y miró el reloj en la mesita de noche. Casi eran las diez.
Bostezó, girando en la cama con la intención de buscar a Enzo, pero al alargar la mano solo encontró el espacio vacío. Frunció el ceño, todavía medio dormida, preguntándose dónde estaría, aunque no tuvo mucho tiempo para procesarlo.
La puerta se abrió y, como si lo hubiera invocado, Enzo entró a la habitación con su caminar seguro de siempre.
—Despierta, Gatita —murmuró con una sonrisa de lado—. Arréglate, vamos a desayunar con los demás.
Amatista se estiró un poco más antes de incorporarse con pereza.
—¿Y luego?
Enzo se acercó y le pasó una mano por el cabello revuelto, con una caricia distraída.
—Luego volvemos a la mansión.
Los ojos de Amatista se iluminaron al instante.
—¿En serio?
Enzo asintió, divertido con su reacción.
—El club es lindo, pero na