El sol de la mañana iluminaba suavemente la ciudad mientras Enzo y Amatista volvían a la mansión en la camioneta. El trayecto transcurrió en un cómodo silencio, con Amatista apoyando su cabeza en el asiento, aún sintiendo el calor de la noche anterior en su piel.
Enzo, con una mano en el volante, la observaba de reojo con una media sonrisa. Le gustaba verla así, relajada, con esa expresión satisfecha que solo él podía provocarle.
Cuando llegaron a la entrada de la mansión, Enzo apagó el motor, pero en lugar de bajar de inmediato, abrió la guantera y sacó una pequeña caja de terciopelo negro.
—Antes de que bajemos, quiero darte esto.
Amatista levantó la cabeza con curiosidad y lo miró mientras él le tendía la caja.
—¿Un regalo? —preguntó con una sonrisa.
—Nuestro aniversario no podía pasar sin que te diera algo especial —respondió Enzo con su tono tranquilo.
Amatista tomó la caja y la sostuvo entre sus manos con cariño.
—El tuyo llegará en unos días —dijo, observándolo con una pequeña