La tarde comenzaba a ceder ante la penumbra del atardecer, y el club de golf se llenaba de una atmósfera solemne, donde los grandes negocios se tejían entre conversaciones tensas y miradas calculadoras. Enzo, sentado al final de la larga mesa, observaba la reunión con una expresión tan fría como las paredes de la mansión que aún gobernaba. A su alrededor, hombres de poder —Massimo, Mateo, Paolo, Emilio, Santino y Albertina— intercambiaban opiniones sobre los próximos pasos en un proyecto que no solo involucraba dinero, sino prestigio.
El tema del día era la renovación de un antiguo edificio que se encontraba en el centro de la ciudad. Santino, como siempre, fue el primero en hablar con su tono firme pero diplomático.
—La estructura está en condiciones cuestionables —comentó, mirando los planos sobre la mesa—. No es el mejor lugar para una inversión, pero con algunas reformas podríamos salvarla.
Enzo desvió la mirada hacia el plano, apenas interesado. No estaba buscando soluciones a me