Enzo se refugió en la penumbra de su despacho, con una botella de whisky medio vacía sobre la mesa y el vaso temblando ligeramente en su mano. Las cortinas estaban corridas, dejando la habitación en una penumbra acogedora pero sofocante. El silencio era interrumpido solo por el tintineo del cristal cuando el líquido ámbar tocaba el borde. Sus pensamientos eran un caos, girando una y otra vez en torno a la escena en la mansión Torner. La imagen de Amatista devolviéndole la caja de los anillos lo atormentaba como una herida abierta.
"No se trata de mí", pensó, apurando otro trago. "Se trata de ella. Siempre se trata de ella. Si realmente la amo, debo hacer esto por ella".
Decidido a dejarla, Enzo se convencía de que era la única manera de protegerla. "Le haré más daño si sigue conmigo. Merece algo mejor, alguien mejor. Pero siempre será mi gatita, aunque ya no esté a mi lado."
El sonido de unos pasos firmes lo sacó de su ensimismamiento. Alicia, su madre, apareció en el umbral del despa