Enzo llegó al restaurante con la misma elegancia de siempre, aunque con la apatía que parecía ser parte de su esencia. Vestido con un traje impecable, su porte seguro contrastaba con la atmósfera cálida del lugar, donde Albertina lo esperaba ya sentada. Su vestido negro ajustado resaltaba sus curvas, y su maquillaje perfecto sugería que había invertido tiempo en prepararse para la velada. Sin embargo, Enzo no pareció notarlo.
—Llegaste —dijo Albertina con una sonrisa que intentaba ser natural, aunque delataba cierta ansiedad.
Enzo tomó asiento sin apurarse y, sin responder al comentario, hizo un gesto al camarero para ordenar algo de inmediato. La conversación comenzó con formalidades triviales. Albertina hablaba con soltura sobre temas cotidianos, mientras Enzo respondía con monosílabos o comentarios vagos. Su mirada se movía por el lugar de vez en cuando, pero rara vez se detenía en ella.
Pasaron unos minutos antes de que Enzo, con su tono directo y frío, rompiera el hilo de la conv