La habitación estaba sumida en penumbras cuando Amatista abrió los ojos, inquieta. Algo no andaba bien. Miró hacia Enzo, notando que su respiración era irregular y su frente perlada de sudor. Al tocarlo, su piel ardía.
—Enzo... —susurró, con un tono preocupado, acercándose más a él.
Él apenas abrió los ojos, murmurando algo inaudible. Amatista no perdió tiempo y bajó rápidamente a buscar paños y agua fresca para bajar la fiebre. En su camino, se dirigió al cuarto de Roque. Golpeó suavemente, y el guardia más leal de los Bourth apareció casi de inmediato, con el cabello algo revuelto pero alerta.
—Señorita, ¿ocurre algo? —preguntó, preocupado.
—Enzo tiene fiebre, por favor, llama a Federico. Necesita que lo revise.
—Entendido. Enseguida me ocupo.
Roque asintió y se alejó para cumplir con la orden. Amatista volvió al cuarto de Enzo y comenzó a colocar los paños húmedos en su frente y cuello, intentando estabilizarlo. Con paciencia, lo cuidó durante varios minutos hasta que su respiració