La tarde en la terraza transcurría tranquila. Amatista se mantenía concentrada en su libro mientras el sol acariciaba su piel, y Rose había bajado por unos minutos para traerle algo de merienda. Cuando regresó con los panqueques, la limonada y la fruta, Amatista los recibió con gusto, comiendo con más ánimo del que había mostrado en días.
Fue en ese momento cuando Enzo apareció con varias bolsas en la mano. Sin decir mucho, se acercó a Amatista y le entregó tres de ellas.
—Son para ti.
Amatista le dirigió una breve mirada y tomó las bolsas sin siquiera revisarlas.
—Gracias —respondió con tono neutro, volviendo su atención a la merienda.
No hubo emoción en su voz, ni siquiera curiosidad por los vestidos que él había elegido para ella con tanto cuidado. Enzo mantuvo la expresión impasible, pero la indiferencia de Amatista lo atravesó como una punzada.
Luego, sacó una última bolsa y se la entregó a Rose.
—También hay algo para ti.
Rose la tomó con sorpresa y, al revisar su contenido, sus