La habitación estaba silenciosa, solo interrumpida por el suave murmullo de la ciudad en la lejanía. Amatista se encontraba de pie frente a la ventana, la luz tenue de la luna iluminando su figura delgada. Había recuperado un poco de fuerzas, suficientes para levantarse, caminar por la habitación y observar el paisaje. Algo dentro de ella necesitaba reconectar con el mundo, sentir que aún podía moverse, respirar, existir más allá de las paredes de esa habitación. El peso de su debilidad aún estaba presente, pero la necesidad de recobrar algo de normalidad la impulsaba a seguir.
En ese preciso momento, la puerta se abrió con suavidad y Enzo entró con una bandeja en las manos. Al ver a Amatista de pie, un destello de enojo cruzó su rostro. Se acercó rápidamente a ella, sus pasos resonando en el suelo de madera.
—¿Qué estás haciendo? —preguntó con tono áspero, su mirada dura, fijándose en ella de arriba a abajo—. ¿No te dije que no te levantaras?
Amatista, que apenas había escuchado el s