Enzo llegó al hotel pasada la medianoche. Su cuerpo estaba tenso, y su mente no dejaba de repetir la misma imagen: Amatista trabajando como diseñadora lejos de él, rodeada de otras personas, con su atención centrada en algo que no era él. Aunque sabía que su enojo era irracional, no podía evitarlo. Esa mujer era suya, y la sola idea de perder parte de su tiempo, su presencia, o peor, su lealtad, lo desquiciaba.
La puerta de la suite estaba apenas entreabierta, y escuchó movimientos en el interior. Amatista estaba empacando las maletas para volver a la mansión Bourth. Respiró hondo, tratando de calmarse, y empujó la puerta. Amatista levantó la vista de inmediato y sonrió al verlo entrar.
—¡Amor! —exclamó, dejando lo que estaba haciendo y acercándose a él para besarlo.
Él correspondió al beso, pero su postura rígida y sus ojos fríos delataron que algo no estaba bien. Amatista lo miró, confundida.
—¿Te pasa algo? —preguntó, ladeando la cabeza con esa dulzura que solía desarmarlo.
Enzo de