Amatista cerró la puerta de su nueva habitación con suavidad. Los largos pasillos de la mansión Torner habían sido extrañamente acogedores después de la tormenta emocional del día. Había cenado con su padre, Daniel, su madrastra, Mariam, y su hermanastra, Jazmín. La calidez de la familia Torner le había ofrecido un refugio inesperado, un remanso de paz tras la tensión con Enzo.
Después de una ducha tibia que calmó su cuerpo, Amatista estaba sentada en la cama, con una toalla envolviendo su cabello húmedo. Había sacado de su maleta un sencillo camisón blanco, su único lujo tras haber dejado tantas cosas atrás. Mientras se disponía a acostarse, escuchó un golpe suave en la puerta.
—¿Puedo pasar? —La voz de Daniel se coló con cautela a través de la madera.
—Claro, papá —respondió Amatista con una sonrisa tranquila.
Daniel entró con pasos inseguros, una mezcla de nerviosismo y determinación reflejada en su rostro. La visión de su hija, la hija que apenas estaba conociendo, le llenaba de e