El amanecer se filtraba a través de las ventanas de la mansión Bourth, iluminando suavemente las habitaciones con un resplandor cálido y dorado. Enzo ya estaba despierto desde hacía un buen rato. Moviéndose con la agilidad de quien está acostumbrado a planear cada detalle, preparaba una maleta con esmero. Cada prenda seleccionada parecía reflejar su preocupación por Amatista: vestidos cómodos, alguna ropa más formal, y su fiel computadora portátil. Nada escapaba a su mirada meticulosa, ni siquiera los pequeños detalles como incluir los zapatos que sabía que ella prefería para trabajar.
A un costado, Cookie, el pequeño cachorro que había llegado a sus vidas no hacía mucho, lo miraba con curiosidad, moviendo la cola con entusiasmo cada vez que Enzo le dedicaba una caricia rápida entre una tarea y otra.
—Listo, pequeño. Tú también vienes —murmuró mientras aseguraba el transportador del cachorro junto a la maleta.
Antes de salir, Enzo tomó su teléfono y marcó rápidamente. No dejó nada al