La luz del amanecer se colaba por las altas ventanas de la mansión Bourth, iluminando los corredores silenciosos y los vestigios de una calma tensa que no lograba disipar la ausencia de Amatista. Enzo despertó en la habitación que había compartido con ella, la cama parecía más grande y fría sin su presencia. Llevaba tres días intentando sobrellevar su partida, respetando su pedido de una semana para procesar lo sucedido. Sin embargo, el peso de ese tiempo parecía alargarse infinitamente.
Suspiró profundamente antes de levantarse, con el pecho cargado de emociones que nunca había admitido en voz alta. Una ducha rápida y el traje oscuro que escogió no lograron disipar el vacío que sentía, pero el ritual de vestirse al menos lo mantenía en pie.
Bajó al comedor, donde lo esperaba Roque con una carpeta entre sus manos. El hombre se puso de pie al verlo entrar.
—Señor, ya localizamos el lugar donde la señorita Amatista se está hospedando —anunció, entregándole la carpeta.
Enzo tomó el archi