A las doce del mediodía, el sonido de un auto llegó a la entrada del club, rompiendo el silencio que se había instalado en la mañana. Alicia había llegado, lista para llevarse a los niños y a Roque, tal como lo habían planeado.
Roque, aún débil, fue asistido por varios hombres del club, quienes lo ayudaron a subir al auto. Aunque no estaba completamente recuperado, su rostro mostraba la determinación de estar allí para los pequeños.
Enzo se acercó a Roque, con una leve sonrisa en su rostro. Aunque su relación había tenido altibajos, nunca dejó de reconocer la lealtad de este hombre, y en ese momento lo sentía más que nunca.
—Te agradezco, Roque —dijo Enzo, su voz firme pero sincera—. Siempre has sido el más leal. Cuida de ellos, y cuídate a ti mismo también.
Roque asintió, su mirada llena de gratitud. —No te preocupes, Enzo. Los niños estarán a salvo con Alicia. Y yo me encargaré de que estén bien.
Alicia, con una sonrisa cálida, se acercó a Amatista y la abrazó suavemente. —No te pre