El ambiente del bar estaba cargado con una calma inusual, casi como si la tensión de las últimas horas hubiese sido absorbida por las paredes. Enzo y Amatista permanecieron un rato más con los bebés en brazos, disfrutando de la tranquilidad que ellos irradiaban. Ambos pequeños, satisfechos y agotados, pronto cayeron dormidos.
Enzo miró a Amatista, sus ojos suavizados por un afecto que parecía imposible asociar con él.
—Preparé una de las habitaciones en las salas privadas para que puedas usarla.
Amatista asintió, levantándose con cuidado para no despertar a los bebés.
—Gracias, estoy agotada —admitió con una pequeña sonrisa.
Lo siguió en silencio por los pasillos del bar, sintiendo el peso de las últimas horas sobre sus hombros. Al llegar a la habitación, ambos se encargaron de acomodar a los bebés en la amplia cama, asegurándose de que estuvieran cómodos y protegidos.
—Voy a ver cómo sigue Roque —dijo Amatista tras asegurarse de que los pequeños estaban bien.
—¿Necesitas que alguien