El día del viaje había llegado, y la mansión Bourth estaba sumida en un inusual ajetreo mientras Enzo y Amatista se preparaban para partir. A pesar de las insistencias de Enzo para tomar un vuelo privado, Amatista se negó rotundamente. La sola idea de volar la ponía incómoda, así que él, como siempre, cedió ante su deseo.
—Ocho horas en auto no son nada si puedo pasarlas contigo —dijo Enzo, con una sonrisa tranquila, mientras cargaba las últimas maletas en la parte trasera del vehículo.
Amatista lo miró divertida desde la puerta, apoyada con ligereza en el marco.
—Veremos si sigues opinando lo mismo cuando lleve tres horas dormida y tengas que soportar el silencio. —Su tono era juguetón, pero Enzo se limitó a rodear el auto y abrirle la puerta, haciendo un gesto con la cabeza.
—Sube, gatita. Lo único que me importa es llegar contigo.
La sonrisa que Enzo le dedicó hizo que ella subiera al auto sin rechistar. El trayecto comenzó en silencio. A medida que las luces de la ciudad se desvan