Capítulo 86

Un gruñido gutural le respondió. No de amenaza, sino de reconocimiento. Las orejas del lobo se movieron, su nariz olfateó el aire, y luego lentamente, levantó la mirada.

Esos ojos rojos, bestiales, se posaron sobre ella. Por un segundo no hubo ruido, ni movimiento, solo la conexión invisible que siempre los había unido. Su lobo la veía… y aunque no entendiera todavía, sabía.

—Estoy aquí —dijo Calia con voz quebrada, aferrándose a los barrotes—. Estoy viva, y tú también. No importa lo que haya pasado… no importa que ahora no me entiendas, pero te juro que voy a sacarte de esto.

El lobo gruñó de nuevo, un sonido bajo, cargado de dolor. Se levantó con torpeza, arrastrando las cadenas, y se acercó a la reja. Olfateó el aire que la separaba de él.

Calia bajó una mano y la apoyó contra el metal frío.

—Vuelve a mí —susurró—. Por favor, vuelve… —y por primera vez en un mes, el alfa dejó de gruñir. Solo se quedó allí, quieto, respirando su olor, dejando que su presencia calmara el caos que lo
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