—¿Puedes… traerme a Zadkiel? —interrogó Calia después de haber pasado varios minutos en un silencio denso.
La pregunta lo sorprendió. Él bajo la vista y encontró en los ojos de ella una súplica que no necesitaba palabras, Aleckey asintió sin decir nada, se incorporó lentamente y salió de la habitación con pasos decididos.
Calia se quedó sola por un breve instante, el corazón acelerado ante la idea de volver a tener a su hijo en brazos. Sintió un escalofrío de emoción y de temor ¿La sentiría diferente ahora que se había transformado? ¿La rechazaría? ¿Se asustaría de ella? esos pensamientos se desvanecieron en cuanto escuchó la puerta abrirse.
Aleckey entró en silencio, y en sus brazos llevaba al pequeño, envuelto en una manta de lino blanco. Su cabeza reposaba tranquila sobre su pecho, y sus labios formaban un gesto de paz perfecta.
—Aquí está —dijo el rey con voz grave, acercándose a la cama.
Calia extendió los brazos con cuidado, conteniendo el temblor, Aleckey se inclinó y colocó al